La princesa y el guisante

 

Es preciso saber que las princesas en la época de los cuentos no eran personas normales. Su cara era la de una mujer corriente. Su cuerpo, normalmente bien formado y agradecido, no difería mucho respecto al cuerpo de cualquier otra mujer. Incluso sus gestos, ademanes y voz podían ser idénticos a los de cualquier fémina. Pero, sin embargo, poseían una característica invisible que sólo ellas podían notar y es que su piel era sensible como pocas. Podían diferenciar desde el tacto de una pluma de oca con el tacto de una pluma de pato.

Esta explicación es necesaria para conocer la historia del presente cuento, uno en el que un príncipe sin princesa recibía sin cesar peticiones de matrimonio. Sin embargo, su madre le aconsejaba que escogiese con cuidado porque no todas las pretendientes eran realmente princesas. Muchas se hacían pasar por lo que no eran para así conseguir convertirse en verdaderas mujeres de palacio, aunque en realidad en sus venas sólo corría la mentira y el engaño, en definitiva, el fraude.

No entendía muy bien el príncipe cómo iba a diferenciar a una princesa verdadera de una princesa falsa. Así que pidió ayuda a su madre, por si le podía decir algún truco. Ella le dijo que podían hacerles una prueba. Para ello se convocó a todas las princesas que remitieron su solicitud de matrimonio y se les invitó a dormir en las estancias de palacio.

Cada habitación era absolutamente mágica, tenía todo lo que una princesa podría desear, destacando en el centro de la sala una cama individual, tan cómoda que alcanzar el sueño en ella era algo inevitable.

El príncipe no entendía cómo invitando a dormir a todas las princesas, o bien mujeres que decían ser princesas, iba a indicarle quién sería verdadera y quién un fraude. Ensimismado en sus pensamientos estaba cuando apareció en palacio una joven llena de tierra, alguna que otra herida pero un rostro que escondía una belleza sin igual. La mujer decía ser una princesa de verdad que había acudido a la cita, pero que su carruaje sufrió un accidente y por poco no consigue llegar con vida. La joven pidió disculpas por su aspecto, pero también les dijo al príncipe y al resto de su familia que no tenía modo de demostrar su historia, dado que todos sus enseres se habían perdido a causa del accidente.

Sin pruebas de su descendencia de princesa, la joven no quiso participar en la prueba, sólo quería un lugar donde dormir y donde refugiarse de la incipiente lluvia que había comenzado a caer incesantemente hacía unas horas.

La madre del príncipe, cuya experiencia superaba en sabiduría a todas las mujeres del reino, consiguió vislumbrar una chispa en los ojos de la joven, era diferente pero no sabía muy bien por qué. La reina animó a todos a aceptar a la joven  esta noche, pero darle una cama entre las dependencias de los sirvientes. Como estas camas eran terriblemente incómodas, se dispuso hasta 20 edredones sobre los que dormiría la accidentada chica y así estaría tan cómoda como una verdadera princesa.

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Después de un banquete y una animada fiesta, todos los inquilinos, residentes e invitados, se fueron a dormir a sus respectivas camas.

Al día siguiente, las princesas de la prueba acudieron ante la reina. Ella les preguntó si habían dormido bien y todas asintieron satisfechas, nunca antes habían disfrutado de una noche tan placentera y cómoda, gracias a las camas de alto nivel y los colchones mullidos sobre los que habían dormido.

En esto que la joven princesa accidentada, ya lavada y con las mismas ropas sucias del día anterior, se disponía a partir hacia su casa de nuevo. La reina aprovecho antes de que se fuera para consultarle qué tal había dormido ella, pues 20 edredones le debían haber aportado una gran comodidad.

La joven, apesadumbrada, reconoció no haber dormido en absoluto. Ella agradecía los esfuerzos por dejarle dormir en palacio e intentar que la cama no le fuera incómoda, pero había algo en ella que le había impedido conciliar el sueño, pese a que no conseguí identificar lo que era. Una especie de piedra redonda según le confesó a la reina.

Ésta, satisfecha, ordenó a todas las princesas farsantes salir de palacio y no volver jamás a pisar aquél terreno. Al mismo tiempo le dijo a la princesa que ahora estaba convencida de que era verdad toda su historia. El príncipe no entendía lo que pasaba, pero su madre le explicó que había colocado un guisante en cada una de las camas donde durmieron todas las mujeres, incluida la de la inesperada joven llena de tierra y heridas.

Las anteriores damas no habían conseguido detectar un guisante con un solo colchón, pero ésta lo había notado aún con 20 edredones interponiéndose entre ellas. Sólo la piel de una princesa es tan sensible. Y ambos, príncipes verdaderos, se casaron y vivieron (y durmieron) felices.

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